Tanto para los educadores
como para todos los agentes sociales, es un hecho que la profesión docente
atraviesa una profunda crisis, además de que no goza del prestigio, apoyo y
reconocimiento de los gobiernos, de las instituciones ni de la sociedad en general.
El tratamiento institucional y social que se les da contradice el carácter
mismo de la complejidad cada vez mayor que adquiere esta profesión. Su
formación no corresponde con la realidad social en que se desarrollan los
estudiantes. Pero es claro que las nuevas demandas inducen un cambio de
perspectiva, nuevos estilos de enseñanza, en un marco de permanente revisión y
cuestionamiento. Y, aún cuando los educadores ven necesarios los cambios, es
evidente que su nivel de involucramiento es mínimo
los sistemas de formación de educadores son,
no solamente inadecuados sino dañinos para la situación histórica en que
vivimos, que el educador que se forma no es el que se necesita, dado que no
conoce la realidad ni el medio en el cual debe ejercer sus funciones y que, al
no conocerla tiene en su mente una serie de mitos que obstaculizan su trabajo.
Cabe agregar que la mayoría de ellos no están verdaderamente comprometidos. El
resultado es que en lugar de ser un catalizador de cambios en la sociedad, es
uno de los elementos que más lo obstaculiza, y no porque quiera hacerlo, sino
porque por su formación es natural que lo obstaculice, ya que no ha sido
preparado para enfrentar crítica y constructivamente el cambio y sus retos.
El análisis y la reflexión
sobre el quehacer de secretarias de
Educación y su entorno, junto con el análisis de múltiples trabajos de reforma
para el mejoramiento de la formación docente que se han realizado en América
Latina, Europa y otras regiones, nos lleva a concluir que cualquier cambio educativo
es posible, o al menos tiene posibilidad de éxito, si se construye con el
educador.
Encontramos muchísimas reflexiones sobre el
nuevo papel del educador, en que se señalan tanto condiciones de orden
académico, como tecnológico y ético. Se sigue pensando, con una perspectiva que
nos parece muy idealista, que el educador es un ser privilegiado que está en la
obligación de representar un papel multivariable, como el “salvador de la
sociedad y reparador de los yerros de la familia”. “Se corre el peligro de
plantear la solución de la crisis de la Educación como si fuera una simple
articulación entre educador y resultados, donde el primero se convierte en un
responsable de las acciones de transformación social
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